El mundo que conocíamos está cambiando a una velocidad vertiginosa y Europa se encuentra en el epicentro de esta transformación. Mientras observamos cómo el orden internacional se reconfigura ante nuestros ojos, el viejo continente afronta una encrucijada histórica que pone a prueba no solo su posición en el tablero mundial, sino su propia capacidad de adaptación y supervivencia. En este contexto turbulento, las reflexiones del profesor de la Universidad de Comillas Jorge Díaz Lanchas arrojan una luz especialmente reveladora sobre los desafíos y oportunidades que definen nuestro presente.
La Comisión Europea deberá fortalecer los vínculos con Estados Unidos sin dinamitar irremediablemente las relaciones con China
El mundo que conocíamos está cambiando a una velocidad vertiginosa y Europa se encuentra en el epicentro de esta transformación. Mientras observamos cómo el orden internacional se reconfigura ante nuestros ojos, el viejo continente afronta una encrucijada histórica que pone a prueba no solo su posición en el tablero mundial, sino su propia capacidad de adaptación y supervivencia. En este contexto turbulento, las reflexiones del profesor de la Universidad de Comillas Jorge Díaz Lanchas arrojan una luz especialmente reveladora sobre los desafíos y oportunidades que definen nuestro presente.
El fenómeno que marca esta nueva era ha sido bautizado por los expertos como “slowbalization”, un término que captura la esencia de los tiempos que vivimos. En realidad, este concepto no nos indica que estamos ante un retroceso total de la globalización. Más bien, por esa llamada a la ralentización de la globalización se entiende algo más cercano a una metamorfosis en los patrones y estructuras del comercio internacional.
Esta transformación se caracteriza, en realidad, por una desaceleración selectiva, donde sí es cierto que el comercio internacional de bienes pierde velocidad mientras que el intercambio de servicios no solo se mantiene, sino que incluso se intensifica. Esta distinción, lejos de ser un mero tecnicismo, resulta fundamental para comprender las opciones estratégicas que se abren ante Europa, un continente donde aún parece mantener ciertas ventajas comparativas en las exportaciones de dichas actividades.
En cuanto al paisaje geopolítico que emerge de esta transformación, éste está marcado por una creciente polarización estratégica endógena al avance de una multipolaridad que no es ajena a las crecientes tensiones que esta genera. El mundo se está reorganizando en bloques económicos claramente diferenciados, con una fractura cada vez más profunda y abierta entre el eje Estados Unidos-Europa, e incluso dentro de este, y la alianza China-Rusia acompañada por las economías BRICS. La invasión rusa de Ucrania no ha hecho sino acelerar esta tendencia, catalizando una reconfiguración de las relaciones comerciales globales que obliga a Europa a repensar su posicionamiento estratégico desde sus cimientos, tanto político, como militar y sobre todo económico. Además, dicha tensión amenaza con dinamitar los propios fundamentos de la Unión en un momento donde el avance hacia una estrategia global del continente exige más compromiso, y no menos, de sus socios.
Por todo ello, las proyecciones para Europa en este nuevo contexto son inquietantes. Los análisis realizados por el Centro Común de Investigación con sede en Sevilla muestran una pérdida progresiva de peso específico en el PIB mundial hacia 2050 de las economías del viejo continente, una tendencia agravada por diversos factores, entre los que destaca una demografía en declive.
Pero más allá de estas macrotendencias, el diagnóstico que el profesor Díaz Lanchas tuvo a bien explicar hace no muchos días en una estupenda conferencia en Sevilla identifica tres vulnerabilidades críticas que requieren atención inmediata: una apertura económica que, paradójicamente, nos ha vuelto más dependientes; una brecha de productividad con Estados Unidos que amenaza con ensancharse; y una dependencia estratégica de China en productos esenciales que compromete nuestra autonomía.
Este último punto merece especial atención. La identificación de más de 300 productos críticos en un estudio dirigido por la Comisión Europea para el funcionamiento del Mercado Único Europeo, con una alta concentración de proveedores en geografías específicas, plantea un dilema estratégico de primer orden. La paradoja está servida, ya que surge la duda sobre cómo puede Europa mantener las relaciones comerciales necesarias con China, lo que mejora y beneficia al bienestar de los consumidores europeos, pero sin comprometer su seguridad económica y su autonomía estratégica. La respuesta a esta pregunta definirá en gran medida el futuro del proyecto europeo.
Sin embargo, en medio de este panorama aparentemente sombrío, Europa conserva activos estratégicos de gran valor. No todo es, pues, negativo. Su posición de liderazgo en el sector servicios dentro de las Cadenas Globales de Valor representa una ventaja competitiva crucial en un mundo donde el comercio de servicios gana protagonismo. El informe Draghi señala el camino a seguir: una estrategia triple que apuesta por recuperar la capacidad de innovación e inversión, facilitar el crecimiento empresarial, y abrazar decididamente la revolución de la Inteligencia Artificial.
Las propuestas del informe son concretas y ambiciosas: incrementar sustancialmente la inversión en I+D, tanto pública como privada; desarrollar mercados de capitales más profundos y dinámicos, que sin duda es una de las mayores debilidades actuales; y abordar las deficiencias estructurales del mercado laboral europeo. Especialmente urgente resulta la necesidad de fomentar el crecimiento de las empresas europeas, dado el notable déficit de “unicornios” en comparación con el ecosistema estadounidense. En este aspecto es crucial resolver el nudo gordiano que la regulación europea impone y contagia a sus estados y regiones, y que sin duda limita y debilita la capacidad de las empresas europeas para crecer, así como a concretar grandes proyectos inversores.
Así pues, el próximo equipo al frente de la Comisión Europea deberá afrontar una tarea de equilibrista: fortalecer los vínculos con Estados Unidos sin dinamitar irremediablemente las relaciones con China. Este delicado ejercicio diplomático requerirá niveles de coordinación sin precedentes entre los Estados Miembros y una movilización de recursos a escala europea, posiblemente articulada a través de un ambicioso NextGen 2.0.
La “slowbalization” representa, en definitiva, tanto un desafío como una oportunidad para reinventar el modelo económico europeo. El éxito en esta empresa dependerá de nuestra capacidad para transformar las vulnerabilidades actuales en fortalezas futuras, apostando decididamente por la innovación, la autonomía estratégica y la adaptación tecnológica. El momento exige una respuesta a la altura de las circunstancias: coordinada, inmediata y ambiciosa.
Finalizaba su exposición el profesor señalando que la historia de Europa está jalonada de momentos críticos superados gracias a la determinación y la visión de futuro. Hoy, ante esta nueva encrucijada, necesitamos recuperar ese espíritu transformador que caracterizó a los padres fundadores del proyecto europeo. El camino está trazado, las herramientas identificadas. Solo resta la voluntad política y la unidad de acción para convertir este momento de crisis en el catalizador de una Europa más fuerte, más resiliente y mejor preparada para los desafíos del futuro.
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