Los que piensan que el pragmatismo devolverá a Donald Trump al camino del bien, la defensa de los valores democráticos, pierden argumentos cada día. Sin haber tomado posesión de la Casa Blanca, será el día 20, sus movimientos hacen inevitable asimilarlo a Vladímir Putin, la némesis de la actual Administración de Joe Biden. El apoyo continuo en milmillonarios y su discurso amenazante a los países vecinos, México (al que desprecia), Canadá (que asimila con Puerto Rico), Panamá (al que quiere quitar el Canal) o Dinamarca (que quiere que le entregue Groenlandia), recuerdan demasiado a ese modelo de política que ha llevado a que Occidente esté hoy enfrentado a Rusia por su invasión de Ucrania, una guerra que va para tres años.
Trump copia el modelo Putin y se apoya en milmillonarios dueños de medios y en la amenaza continua a sus vecinos
Los que piensan que el pragmatismo devolverá a Donald Trump al camino del bien, la defensa de los valores democráticos, pierden argumentos cada día. Sin haber tomado posesión de la Casa Blanca, será el día 20, sus movimientos hacen inevitable asimilarlo a Vladímir Putin, la némesis de la actual Administración de Joe Biden. El apoyo continuo en milmillonarios y su discurso amenazante a los países vecinos, México (al que desprecia), Canadá (que asimila con Puerto Rico), Panamá (al que quiere quitar el Canal) o Dinamarca (que quiere que le entregue Groenlandia), recuerdan demasiado a ese modelo de política que ha llevado a que Occidente esté hoy enfrentado a Rusia por su invasión de Ucrania, una guerra que va para tres años.
El discurso de Trump pone patas arriba el orden mundial y manda al desván algunos de los consensos alcanzados en las últimas décadas en materias como el cambio climático, la lucha contra la pobreza y la desigualdad de género. Ahora, lo importante es hacer grande Estados Unidos (Make America Great Again); un concepto que vale para todo, pero que se concreta en una amenaza para las democracias liberales y para cualquiera que se interponga en las ambiciones de Trump y sus amigos.
Tampoco hay que olvidar que la llegada de Trump y otros líderes de ultraderecha tiene que ver con que las fuerzas políticas tradicionales no han dado con soluciones a los problemas de la ciudadanía. Por eso, el votante está dispuesto a experimentar apostando por dirigentes dispuestos a recortar derechos básicos en aras de una supuesta eficacia. Los populismos son expertos en ofrecer soluciones sencillas a problemas complejos; como cuando Georgia Meloni pretende resolver el problema de la inmigración ilegal en Italia acuartelando a los migrantes en Albania, plan que ha acabado abandonado.
Así es como llegó Putin al poder en Rusia, tras el fracaso de las reformas políticas y económicas de la última década del siglo pasado, que supusieron años de profunda crisis económica e hiperinflación que Boris Yeltsin intentó solventar acelerando la transición hacia el capitalismo. De ahí surgió la primera generación de oligarcas rusos que financió la campaña a Yeltsin y además prestó dinero al Estado que les pagaría entregando las empresas públicas a precio de saldo. Estos mismos oligarcas apoyaron la llegada de Putin al poder, pero entendió el descontento que había y se desligó de ellos para crear su propia casta de oligarcas.
En octubre de 2003, en el primer mandato de Putin, la policía detuvo al jefe de los oligarcas, Mijail Jodorkovski, propietario de la petrolera Yukos. Era el más rico de Rusia, con un patrimonio estimado de 15.000 millones de dólares. Le acusaron de evasión fiscal y otros delitos económicos y, tras diez años de cárcel en Siberia, en 2013, recuperó la libertad y perdió sus empresas. Yukos fue renacionalizada y los dueños de otras petroleras, como Lukoil, TNK-BP y Surgutneftegas, se vieron obligados a vender sus empresas a amigos del poder. En ese contexto, Boris Berezovski, político y empresario propietario de una petrolera Sibneft y de una televisión rusa que estuvo al servicio de Putin apareció ahorcado en su casa de Londres, adonde se había exiliado. Asesinato o suicidio, Berezovski dijo tener como misión derrocar a Putin, la misma que parece tener hoy Open Russia, la fundación creada por Mijáil Jodorkovski.
La primera generación de oligarcas rusos surgió de dentro del Partido Comunista y se apropió de una u otra manera de las empresas públicas rusas. La siguiente está tan imbricada con Putin que hay serias sospechas de que buena parte de ellos son testaferros del propio presidente ruso, pero lo que es evidente es que hay una clara interrelación e interdependencia entre ellos y Putin. De hecho, cuando Estados Unidos y Europa han querido castigar a Putin por sus ansias expansionistas en lo primero que pensaron es en cortar a los millonarios rusos el acceso al dinero y a su patrimonio.
Lo que se empieza a construir en Estados Unidos guarda muchas similitudes. En este caso, los empresarios que se han puesto a las órdenes de Donald Trump ya encabezan las listas de milmillonarios del mundo y su patrimonio no se lo deben a él. Pero esa es una mirada de retrovisor. El alineamiento de Elon Musk, Mark Zickerberg o Jeff Bezos, cada uno a su manera, con Trump se debe a que saben que la supervivencia de su modelo está en gran medida en manos del Gobierno de EE UU.
En diferentes instancias de la Administración americana hay procedimientos abiertos contra Amazon, Google o Meta, como también los hay en Europa, que pueden desencadenar en grandes multas, como mal menor, o en la obligación de trocear estas empresas, como ya sucedió en el siglo pasado con General Electric o ATT. Además, está en proceso de construcción toda la normativa sobre el desarrollo de la inteligencia artificial, que interesa a todos y muy especialmente a las empresas de Musk.
La imbricación entre la oligarquía tecnológica estadounidense y Trump es de manual. Los primeros conservan su status y reciben protección en su expansión global, especialmente amenazada por China. Al tiempo, ellos proporcionan cobertura al Trump político a través de sus medios de comunicación: Musk, con la red social X; Zuckerberg, Facebook e Instagram, y Bezos, The Washington Post. Igual que Berezovski prestó a Yeltsin y a Putin sus medios de comunicación, que iban desde el primer canal de televisión ruso, la ORT, a varios periódicos. Queda por ver cómo se cobrará su apoyo Trump al empresario, pero es fácil intuir que ya está haciendo caja a través del oscuro mundo de las criptomonedas, cuya revalorización es tan sorprendente como su propia existencia.
Mira Milosevich-Juaristi, investigadora principal del Real Instituto Elcano, recuerda, en el artículo El putinismo, sistema político de Rusia, que “Vladislav Surkov (asesor de Putin entre 2000 y 2013) definió el Estado ruso como una “democracia soberana” para diferenciarla de la democracia liberal. Este modelo “democrático” es un ejemplo de Estado híbrido, que cumple las exigencias de la democracia formal –elecciones (relativamente) libres, sistema pluripartidista, libre mercado y teórica libertad de expresión– pero impide la consolidación de la democracia sustancial mediante instituciones “invisibles” como el servicio secreto, el control de los medios de comunicación y la permisividad con la corrupción, y de este modo perpetua el poder autoritario personalizado y de las oligarquías económicas”.
Aurelio Medel es periodista y doctor en Ciencias de la Información.
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