El 21 de marzo de 2018, el continente africano ponía en marcha uno de sus proyectos estrella: la creación de la zona de libre comercio africana (AfCFTA, por sus siglas en inglés), la más grande del mundo con 1.300 millones de habitantes, sentando los cimientos de una mayor unidad económica que en el futuro podría ser también política. Casi siete años después, 54 de los 55 países han firmado el acuerdo, todos menos Eritrea, y las primeras transacciones internas libres de aranceles son una realidad, aunque los retos que tiene por delante el proyecto son enormes. Fragmentación, desconfianza entre Estados, infraestructuras inadecuadas y una gran diversidad de monedas lastran, en mayor o menor medida, la creación de este mercado común.
Una docena de países intercambian ciertos productos sin aranceles, aunque persisten desafíos como la fragmentación, la desconfianza o las infraestructuras de transporte inadecuadas
El 21 de marzo de 2018, el continente africano ponía en marcha uno de sus proyectos estrella: la creación de la zona de libre comercio africana (AfCFTA, por sus siglas en inglés), la más grande del mundo con 1.300 millones de habitantes, sentando los cimientos de una mayor unidad económica que en el futuro podría ser también política. Casi siete años después, 54 de los 55 países han firmado el acuerdo, todos menos Eritrea, y las primeras transacciones internas libres de aranceles son una realidad, aunque los retos que tiene por delante el proyecto son enormes. Fragmentación, desconfianza entre Estados, infraestructuras inadecuadas y una gran diversidad de monedas lastran, en mayor o menor medida, la creación de este mercado común.
La iniciativa surge en el seno de la Unión Africana (UA) y el impulso político definitivo procede del presidente ruandés, Paul Kagame, quien convence a sus pares de que ha llegado el momento de avanzar hacia una mayor cohesión. El comercio africano está marcado por una gran exportación de materias primas hacia el exterior (China, UE, Estados Unidos y Rusia, sobre todo) y por la importación de energía, maquinaria y productos. Y es que el comercio intraafricano representa apenas el 16% de los intercambios del continente. El objetivo es derribar los aranceles internos para elevar este porcentaje hasta el 38% en 2030, sacar a 30 millones de personas de la pobreza, subir el PIB continental un 7% en 2035 y generar industrialización.
“El proceso avanza con lentitud, pero es normal que sea así”, asegura Ainhoa Marín, doctora en Ciencias Económicas y responsable de proyectos económicos de la Fundación Mujeres por África. “La Unión Europea empezó como mercado común en 1957 y hubo que esperar hasta 1992, 35 años después, para que se estableciera como espacio de comercio libre. En el caso de África, la voluntad política es fuerte y el aparataje institucional se ha montado con rapidez, pero la realidad del comercio se impone, son muchos países y se avanzará a diferentes velocidades”, asegura. En estos siete años, el 80% de los países firmantes ya han establecido las listas de productos que aceptan importar exentos de tarifas aduaneras desde otras naciones africanas, lo que llevó a la UA a poner en marcha la fase operativa de la ZLEC a modo de prueba este mismo año en una docena de países, entre los que se encuentran pesos pesados de la economía continental como Egipto, Nigeria o Sudáfrica.
“Hoy somos testigos de un momento histórico en el destino económico de África. Celebramos el inicio del comercio preferencial en el marco de la zona de libre comercio continental. Vamos a asistir al primer envío de productos de Sudáfrica a otros países de la AfCFTA, lo que demuestra que ya es una realidad”. Con estas palabras, dichas el pasado 31 de enero desde el puerto de eThekwini, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa daba el pistoletazo de salida a los primeros intercambios intraafricanos amparados por la AfCFTA, “llevando adelante el sueño de una África cada vez más grande y cada vez más fuerte”, aseguró.
Un paso importante
En una África muy tocada por la crisis de deuda externa que se extendió tras la pandemia de covid-19 y sometida a las turbulencias comerciales de la guerra de Ucrania, la apuesta es superar las diferencias internas y crear un bloque económico sólido y con una sola voz. La reciente inclusión de la UA en el G-20 es un paso en esta dirección.
Los primeros y balbuceantes inicios de la armonización aduanera se enfrentan, sin embargo, a fuerzas que tiran en la dirección opuesta. La reciente desconexión de Malí, Níger y Burkina Faso de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), conflictos como el de Sudán o Somalia y los cierres fronterizos entre vecinos, como Ruanda y Burundi o Marruecos y Argelia, alejan el sueño de la unidad. Al mismo tiempo, países con escaso peso económico temen una invasión de bienes a precios más bajos procedentes de economías más sólidas, lo que ha generado un clima de desconfianza que la letra pequeña de la ZLEC debe superar.
“Las principales dificultades vienen de la falta de infraestructuras de transporte adecuadas, la eliminación de las barreras no arancelarias y los problemas políticos y conflictos internos”, añade Marín, quien cita como ejemplo la Cedeao. “Durante mucho tiempo este bloque económico regional fue presentado como un modelo de éxito, con libre movilidad de personas y hasta un proyecto de moneda común, el eco. Sin embargo, esta organización atraviesa una grave crisis por la salida anunciada de Malí, Níger y Burkina Faso. Probablemente en el sur y este del continente se avance con más rapidez”, comenta.
Los análisis más pesimistas aseguran también que la ausencia de una moneda común y la necesidad de acudir a divisas de referencia como el dólar o el euro supone una traba, pero Marín no considera que sea el problema más urgente. “Yo lo pondría en último lugar. Se puede crear un mercado común sin una moneda única, Europa lo hizo durante un tiempo”, añade. En la actualidad, el 80% de los pagos entre países africanos pasa por sistemas bancarios externos, sobre todo europeos y estadounidenses. Para paliar esta anomalía, la UA puso en marcha el Sistema Panafricano de Pagos y Liquidación (PAPSS, por sus siglas en inglés), que permite el abono en tiempo real y la conversión de divisas locales sin intermediarios extranjeros, permitiendo un ahorro de unos 4.700 millones de euros al año.
El gran desafío es la industrialización, que al menos ciertos países africanos sean capaces de refinar hidrocarburos, producir coches eléctricos, llevar a cabo la transformación de sus productos agrícolas y ganaderos o fabricar ropa. Ya está ocurriendo, con Nigeria, Sudáfrica o Marruecos como puntas de lanza. Pero también que sean capaces de proteger a los países y sectores productivos más débiles. “Se tienen que establecer mecanismos de compensación, quizás este sea uno de los aspectos en lo que más cojea la AfCFTA”, concluye Marín.
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