“Hay mucha ruina en una red”, señaló una vez Adam Smith.
Uno puede arruinar una red si se esfuerza lo suficiente. Y empieza a dar la impresión de que Elon Musk lo ha conseguido
“Hay mucha ruina en una red”, señaló una vez Adam Smith.
Vale, en realidad dijo “nación”, no “red”; estaba asegurando a un compatriota que una derrota británica a manos de los revolucionarios estadounidenses no destruiría el futuro de su país. Pero tanto su versión original como mi actualización parecen relevantes hoy en día, en parte porque Smith se cuidó de no decir ruina ilimitada.
Y puede que estemos viendo en tiempo real lo que ocurre cuando el nivel de ruina de una red —concretamente X, antes Twitter— alcanza el punto de inflexión en el que el edificio implosiona.
Por red me refiero a una estructura social que se mantiene unida gracias a lo que los economistas denominan externalidades de red, es decir, situaciones en las que a la gente le resulta conveniente realizar una actividad porque muchas otras personas hacen lo mismo. Un ejemplo habitual es el largo dominio de las hojas de cálculo Excel; no conozco a nadie a quien le encante Excel, pero las empresas siguen utilizándolo básicamente porque todo el mundo lo usa.
Un ejemplo menos mundano —de hecho, uno envuelto en mucho pensamiento místico— es el papel internacional del dólar.
Me he pasado más o menos toda mi trayectoria profesional siendo bombardeado con advertencias funestas de que el estatus global del dólar estaba en riesgo inminente de colapso, y con él, el poderío estadounidense. Incluso si hubiese probabilidades de que ese hundimiento se produjera, importaría mucho menos de lo que la gente piensa; Estados Unidos obtiene ciertamente algunas ventajas de lo que una vez se llamó el “exorbitante privilegio” de emitir la moneda dominante en el mundo, pero no son tan grandes.
En cualquier caso, las predicciones sobre la desaparición del dólar no suelen apreciar hasta qué punto el papel del dólar es el resultado de externalidades de red que ningún rival en potencia ofrece. Los bancos internacionales realizan pagos en dólares porque los mercados del dólar son enormes, en gran parte porque la divisa estadounidense se utiliza de forma general. Los importadores y exportadores suscriben contratos en dólares porque todo el mundo lo hace y mantienen saldos en dólares para efectuar esos pagos. Y así sucesivamente.
Hace cuarenta años, escribí un artículo sobre cómo estos efectos de red hacían que resultara difícil desplazar al dólar, a pesar de las predicciones generalizadas sobre su desaparición en aquella época. En los años transcurridos desde entonces, de vez en cuando surge una noticia alarmante —como la posibilidad de que Arabia Saudí acepte que el petróleo se pague con la moneda china, el renminbi— que algunos interpretan como el principio del fin del dólar. Pero todas esas historias son marginales comparadas con la enorme ventaja del dólar.
Aun así, no sería imposible que el dólar perdiera su encanto si el Gobierno de Estados Unidos se comportara lo suficientemente mal.
Supongamos que Estados Unidos es víctima de una pésima gestión económica que provoca una inflación muy alta. Imaginemos una erosión considerable del Estado de Derecho en nuestro país, con empresas con conexiones políticas ganando ventaja en todos los sectores.
Si ocurriera una de estas cosas, o ambas, no resulta difícil ver cómo el dólar podría perder su condición especial: sí, la fuerza del dólar reside en su ubicuidad, pero también en la estabilidad percibida de la nación que lo emite. Y estos escenarios suenan mucho más posibles ahora que hace unos años. No obstante, aunque preveo que Donald Trump nos llevará por el camino del capitalismo de amiguetes, ni siquiera yo creo que esté a punto de destruir el dólar como marca.
X podría ser una historia diferente.
Antes de Elon Musk, Twitter era el lugar donde la gente de mi mundillo tenía que estar. Sé que cada persona lo utilizaba para fines distintos: no tengo nada en contra de Katy Perry, pero de sus casi 106 millones de seguidores, no todos están en las redes sociales por las mismas razones que yo. Yo utilizaba Twitter para aprender y relacionarme con personas realmente expertas, a veces en áreas que conozco bastante bien, a veces en áreas que no, como las relaciones internacionales y la política climática.
No voy a repasar la retahíla de formas en que la plataforma ha cambiado a peor durante el liderazgo de Musk, pero desde mi punto de vista se ha vuelto básicamente inutilizable, invadida por bots, trolls, maniáticos y extremistas.
Pero, ¿a qué otro sitio podemos irnos? En los dos últimos años ha habido varios intentos de promover alternativas a X, pero ninguno de ellos ha cuajado realmente. Hasta cierto punto, esto puede haber reflejado defectos en sus diseños, pero en gran parte se ha debido simplemente a la falta de masa crítica: no había suficiente gente con la que interactuar en los sitios alternativos.
Luego vinieron las elecciones presidenciales de este año, que parecen haber provocado un éxodo (“¿Xodo?”) de Musklandia. Desde mi punto de vista, Bluesky, en particular (un sitio que funciona de forma muy parecida al Twitter anterior a Musk), ha alcanzado de repente una masa crítica, en el sentido de que la mayoría de las personas de las que quiero tener noticias ahora publican ahí. El número bruto de usuarios sigue siendo muy inferior al de X, pero por lo que veo, Bluesky es ahora el lugar en el que encontrar análisis inteligentes y útiles.
Y sí, la mayoría de las nuevas publicaciones en Bluesky que encuentro útiles son liberales, pero eso refleja el antiintelectualismo de la derecha moderna más que el sesgo político por parte del sitio.
No tengo ni idea de lo que esto significa para las finanzas de X, y no me importa. Lo que veo es que, efectivamente, uno puede arruinar una red si se esfuerza lo suficiente. Y empieza a dar la impresión de que Musk lo ha conseguido.
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